(Desde el Realismo hasta el siglo XXI)
En la Europa del siglo XIX,
aparecieron una serie de novelas que por fin otorgaban el lugar protagonista a
la mujer. Algunas de estas novelas fueron escritas por hombres y otras por
mujeres que siguiendo un estilo literario u otro dieron voz a heroínas que no
consentían ya vivir como les dictaba la sociedad. Me refiero a las novelas
realistas de Francia, Rusia y España (Madame
Bovary de Flaubert, Ana Karenina
de Tolstoi, Fortunata y Jacinta de Pérez Galdós yLa Regenta de Clarín) y a las novelas victorianas inglesas (Jane Eyrede Charlotte Bronte,Orgullo y Prejuiciode Jane Austen, Norte y Sur de Elizabeth GasKell o
Middlemarch de George Eliot).
En el primer grupo, las novelas
realistas francesas, rusas y españolas, el enfrentamiento de la heroína con la
sociedad es tan abrupto que las protagonistas terminan siendo devoradas por los
estrictos convencionalismos burgueses del momento. En el segundo grupo, las
novelas victorianas, de corte más romántico, las protagonistas consiguen
adaptarse a las normas sociales pero haciendo un ejercicio previo de análisis y
crítica que les convierte en un elemento de trasformación social. Sin embargo,
lo que es común en ambos grupos, escritores realistas y escritoras victorianas,
es que todos bucean por primera vez por el alma femenina. Se adentran sin
miedos en los pensamientos, deseos y necesidades de la mujer y por lo tanto
crean personajes que piensan, desean, necesitan y se expresan con libertad.
Hasta ese momento era muy difícil
encontrar un personaje femenino que se escapara de ser un arquetipo, un modelo
a la medida del ideal de la época. Se me ocurren pocas excepciones: Areusa y
Melibea en La Celestina y la pastora
Marcela en El Quijote. Todas las
demás o al menos la mayoría responden a esquemas idealizados tanto física como
psicológicamente.
Por eso son tan importantes
Enma Bovary, Ana Karenina, Fortunata, Ana Ozores, Jane Eyre, Elizabeth Bennet,
Margaret Hall o Dorothea Brooke, porque cada una a su estilo rompen,
transgreden y toman las riendas de sus vidas con mayor o menor fortuna.
Enma Borary representa a tantas
mujeres que se han sentido obligadas a casarse y lo han hecho sin estar
enamoradas, solamente para perpetuar el patrón de servidumbre doméstica de la
mujer. Está claro que para ella enredarse con otros hombres que no son su
esposo representa una vía de escape de su miseria matrimonial, pero también un
espacio de realización de sus deseos. Sus infidelidades son el único escenario
posible para representarse a sí misma, para representar su pasión. Trágicamente
el personaje que ella misma crea es incontrolable por original y le avoca aun
destino fatal.
¿Está Ana Karenina enamorada de
su marido? Quizá aquí el desprecio a su esposo no es tan evidente pero lo que
sí está claro es que su vida de pareja está sumida en la costumbre y en el rigor
impuesto por un esposo de reputación intachable ante el círculo aristocrático
que les rodea. Pero un buen día Ana
vuelve a encontrar el amor sin proponérselo y ese amor arrasa su alma y su
cuerpo hasta tal punto que no puede resistirse. Se entrega a él con una
valentía inusitada, rompiendo todas las reglas hasta romperse a sí misma en una
pasión que no es correspondida de igual modo.
Fortunata no está casada con
Juanito Santa Cruz, desde el principio es su amante. Fortuna representa al
pueblo, a la masa, a la fuerza bruta, a lo inmanejable, a la sencillez y a la
verdad. Fortunata es un personaje activo como pocos porque ella en sí misma es
un volcán que se resiste a doblegarse hasta el final. Su mirada es seductora
pero desafiante y aunque su corazón es puro, no titubea a la hora de defender
lo suyo y no hay nada que sienta más suyo que Santa Cruz. Por él se enfrenta a
toda la hipocresía moral del Madrid del siglo XIX.
Quizá Ana Ozores, la regenta de
Vetusta, sea la heroína más débil de estas cuatro o quizá represente como la
que más a esas mujeres enjauladas en cárceles de oro, sin pensamiento propio,
sin capacidad de reaccionar pero con un vacío insondable en el pecho que las
hunde en la tristeza. Oscila entre el amor místico y el carnal mientras que su
esposo la empuja a los brazos del mejor postor. Ana hace lo que puede desde su
inocencia. Está desorientada en una sociedad provinciana y venenosa. Acuciada
por ojos recelosos, deambula entre los senderos del hastío más profundo y la ensoñación
infantil. Cuando consigue salir a flote y respirar por sí misma por primera
vez, cuando apuesta por vivir, cuando entona su propio canto, el mismo grupo
social que le incita a pecar, la desprecia y la abandona en la más absoluta
soledad.
Jane Eyre, la primera
protagonista de las novelas victorianas
que vamos a tratar, en su infancia es una niña valiente y rebelde y esa audacia la acompaña durante toda su juventud.
Jane lucha por medrar, por escapar de sus enemigos, por cultivarse, por buscar
un trabajo digno que la permita emanciparse y por mantener su honor intacto. No
es casualidad que el apellido de Jane, Eyre, recuerde fonéticamente a la
palabra inglesa “air”, aire en español. ¿Acaso existe algo más libre que el
aire? La joven señorita crece psicológicamente y no se arruga ante las
impertinencias del señor de la casa, ni siquiera cuando se enamora de él
consiente que éste la rebaje.
Elizabeth Bennet defiende con
uñas y dientes el derecho a elegir esposo. Decide por sí sola a pesar de la
presión social, económica y familiar. Se revela contra los matrimonios de
conveniencia y combate la presuntuosidad aristocrática con reflexiones lógicas
e ingeniosas. Demuestra a todos los que le rodean que las mujeres no son moneda
de cambio y no duda en valorar su único bien, la dignidad.
Al igual que Elizabeth y Jane,
Margaret Holl defiende su derecho a decidir esposo como ser pensante y rechaza
las presiones imperantes. Pero lo que quizá le haga diferente a las demás es
que la señorita Holl, criada en la tranquila y tradicional campiña inglesa,
toma conciencia de los problemas sociales cuando llega a la ciudad y observa
las condiciones lamentables e insalubres en las que malviven y trabajan los
obreros de las fábricas del norte de Inglaterra. Hace preguntas, indaga, se
preocupa y desde su posición acomodada toma partido por los que más lo
necesitan.
Ahora bien, una vez que hemos
pasado, aunque sea de puntillas, por las diversas personalidades complejas de
estas heroínas decimonónicas, qué ocurre cuando reparas más de diez minutos en
las heroínas del siglo XXI. Me refiero a las protagonistas de sagas que se han
traducido a todos los idiomas, se han vendido millones de ejemplares y están
demandadísimas en las bibliotecas municipales de todo el mundo occidental. Vaya
por delante que los autores de estas novelas juveniles de nuestros tiempos no
son ninguno de ellos Galdós, Clarín, las Bronte o Flaubert, pero sí son los
creadores de referentes femeninos para miles de adolescentes (y no tan
adolescentes) que están en un periodo de aprendizaje y formación académica y
personal.
La norteamericana Stephenie
Meyer, el italiano Federico Moccia o la inglesa E. L. James han creado las
sagas de Crepúsculo, A tres metros
sobre el cielo y Cincuenta sombras de
Grey respectivamente. En los tres casos el éxito ha sido tan apabullante
que se han llevado al cine con la misma fortuna.
Las tres sagas tienen
protagonistas femeninas y además son novelas destinadas a un público femenino
que las devora y sueña con encontrar una pareja de las mismas medidas que Edward
Cullen, Hache o el señor Grey.
La saga Crepúsculo es un conjunto
de cuatro novelas, Crepúsculo, Eclipse,
Luna Nueva y Amanecer,que narra
la historia de amor de una muchacha llamada Bella Swan y un vampiro de nombre
Edward Cullen. Federico Moccia en estos últimos años ha publicado varias
novelas pero una de las más celebradas ha sido A tres metros sobre el cielo y su secuela Tengo ganas de ti. Ambas se ambientan en la Roma actual y sus
protagonista, Babi y Hache, son jóvenes del siglo XXI, posibles habitantes de
cualquier capital europea. E. L. James ha publicado Cicuenta sombras de Grey, Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas. Esta
trilogía romántico/erótica relata la relación que mantiene el señor Grey con Anastasia,
una chica inocente de clase media.
Voy a intentar sintetizar las
características similares que hacen de estas obras, desde mi punto de vista, un
retrato de la mujer muy convencional, idealizado y profundamente machista:
- Cuando Bella, Anastasia o Babi
no están bajo la protección de sus novios tienden a tener todo tipo de
accidentes como resbalones, tropiezos o cortes. Sólo bajo el halo protector del
galán las muchachas estarán a salvo.
- La relación de los enamorados
nunca se desarrolla en sociedad, se quieren el uno para el otro, huyendo de la
compañía de los demás. A Bella, a Anastasia y a Babi siempre les interesa más sus novios que sus amigas a las que
describen como cotillas y superficiales.
- Aunque a lo largo de los hechos
que suceden, resulta más que evidente que estos galanes no les
aportan más que graves problemas, en los que a menudo peligran sus vidas, ellas
se obcecan en recorrer los senderos de un amor tortuoso y oscuro que quebranta
su tranquilidad.
- La desigualdad entre los
miembros de la pareja es evidente. Ellos son ricos, ellas de clase media. Ellos
son poderosos, ellas frágiles y vulnerables. Ellos son fuertes, ellas débiles. Ellos
destacan, ellas son insignificantes. Ellos son más listos y tienen todo tipo de
picardías, ellas son inocentes, inexpertas y vírgenes.
- El amor es concebido como algo
irremediable e imperecedero per se.
Por eso las protagonistas se doblegan a todo lo que sea necesario para
conservar a sus amados: dolor, mentiras, sufrimiento, control, acoso, celos…
- El amor es lo único que da
sentido a sus vidas. Las tres muchachas conciben que el elemento más importante
de sus vidas es el amor romántico. Todo lo demás es prescindible y banal. Por
eso, las tres descuidan sus estudios, compromisos familiares o laborales en
favor de las exigencias de sus parejas.
- Cuando ellas deciden poner
punto y final a su relación amorosa porque han experimentado un instante de lucidez,
ninguno de ellos respeta tal decisión y las presionan hasta hacerlas cambiar de
parecer.
- Tanto Edward como Hache o Grey
tienen reacciones violentas con sus posibles adversarios masculinos. La mujer
como un objeto de posesión del hombre.
- Las madres de Bella y Anastasia,
ambas divorciadas, por el mero hecho de haber emprendido otras relaciones, rechazan
hacerse cargo de la educación de sus hijas en favor de entregarse a una vida
frívola y libertina. Parece que las autoras nos quieran advertir del grave peligro
consistente en romper el anacrónico modelo patriarcal.Cuando una mujer rompe el
núcleo familiar, transgrede una de las normas básicas de este modelo y entonces
se convierte en un ser hedonista y vanidoso, incapaz de hacerse cargo de sus
responsabilidades como madre.
Estos son
sólo algunos ejemplos del retrato ultraconservador de la mujer que proponen Stephenie
Meyer, Federico Moccia o E. L. James. Sin duda, son mensajes sibilinos que se
clavan como agujas afiladas en el receptor de la lectura.
Sólo espero que nuestras jóvenes lectores sepan diferenciar la ficción de la realidad y que aunque les
entretenga leer estas novelistas planas y reaccionarias, deseen para sus vidas
cosas muy diferentes.